Conversación con José Tapias, presidente y entrenador en jefe de Piratas de Bogotá
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Piratas de Bogotá no nació de un eslogan ni de una racha de buena suerte. Nació de una decisión incómoda y poderosa: dejar de ser “el equipo del patrocinador” y convertirse en un club con identidad, escuela, cantera y equipo superior. Desde 1995, José Tapias empuja esa idea con una mezcla poco glamorosa pero infalible: disciplina, estándares claros y cero atajos. Lo suyo no es la pose; es el trabajo.
Tapias lidera con una convicción simple y exigente: el equipo va primero. Eso significa que el ejemplo vale más que cualquier charla motivacional. Si el entrenamiento es a las ocho, arranca a las ocho. Sin excusas, sin “trancón” de última hora. La puntualidad no es protocolo; es respeto por el tiempo del otro y por el juego. Ese estándar —repetido cada día— construye cultura mucho más rápido que cualquier campaña interna.
En un país donde a veces la “viveza” del atajo se aplaude, Tapias empuja lo contrario: cultura del esfuerzo. No es discurso moralista; es operativo. En la cancha se mide con métricas concretas que todos entienden: más rebotes que el rival, menos pérdidas, bajar el daño del contraataque, sostener un porcentaje de triple sano y correr la cancha para sumar en transición. Lo mismo se aplica a cualquier empresa: lo que no se mide, se vuelve cuento. Y cuando cada quien conoce su rol —el que anota, el que rebotea, el que ordena— el marcador se mueve.
También está la cara difícil del liderazgo: gestionar talento sin que el ego envenene el camerino. Tapias es tajante: primero buena persona, luego buen jugador. “Coachable” o nada. Corregir en público humilla; corregir uno a uno alinea. Los grupos observan qué tolera el líder: si a la estrella se le perdona llegar tarde, mañana todos prueban el límite. Por eso Tapias no vive de reglamentos eternos; opera con una regla única y brutalmente clara: si haces algo que te perjudica, perjudicas al equipo, y habrá consecuencias. Es simple, entendible y difícil de burlar.
Para reducir la incertidumbre —inevitable en el deporte y en los negocios— estandariza lo controlable. El prejuego no cambia: el mismo refrigerio, la misma logística, uniformes listos, video visto. Cero rendijas para excusas. Y un ritual que une: una oración antes y después del partido, sin imponer credos, para enfocar la mente y bajar el ruido. La consistencia en los pequeños detalles genera calma competitiva.
Cuando llega la presión, Tapias aplica estoicismo puro: diferenciar lo controlable de lo incontrolable. La opinión del comentarista o del tuitero no cambia el resultado; la preparación sí. Si toca cargar el agua, se carga; si toca llegar más temprano, se llega. Cuando se pierde, el entrenador asume. No por heroísmo, sino para quitarle peso a los que deben ejecutar al día siguiente. La tribuna puede tener razón o no; la cancha siempre tiene la última palabra.
El paralelo con las organizaciones es directo. Equipos con personas de contextos distintos —de Chocó a San Andrés, de Bogotá a Los Ángeles— necesitan roles definidos, métricas simples y una narrativa común. La motivación es mitad interna y mitad construida desde el liderazgo: ejemplo, coherencia y feedback serio. Y sí, incluso el “perfil Rodman” cabe cuando el rol está clarísimo y su aporte suma al objetivo mayor. La cultura fuerte no es homogénea; es exigente.
Los momentos duros existen y enseñan. Tapias recuerda una final perdida en el último segundo y temporadas flojas que dolieron. También ha enfrentado la crudeza de la gestión: años sin salir por falta de patrocinio en una liga con dos torneos al año. ¿La salida? Creatividad, innovación táctica y propuestas de valor reales para marcas: comunidad, formación y presencia sostenida, no un logo más en una camiseta. El deporte moderno no vive de mecenas; vive de alianzas con retorno claro.
¿Qué queda después de escucharlo? Que la cultura no se predica: se entrena. Que la disciplina es “hacer bien lo que toca hacer, incluso si es pequeño”. Que el equipo está por encima del coach, de la estrella y del último like. Y que el liderazgo, si es serio, no se protege detrás de reglas interminables, sino detrás de una expectativa simple que todos pueden cumplir.
Tapias resume el norte en una frase que no necesita diseño: trabajar duro e incansablemente. No como martillo ciego, sino como método: estándares firmes, métricas visibles, conversaciones difíciles en privado y celebración breve para pasar la página rápido. Ganar hoy, enfocarse mañana.
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