A diez metros del destino

autoliderazgo liderazgo Aug 07, 2025

 

Cacería en Wyoming y una lección para mandar

Entré a Jackson Hole con polvo en las botas y un plan silencioso en la cabeza. El sol del mediodía cocía las tablas de la acera; el viento traía el aroma amargo–camforado de la artemisa. Bistec de bisonte en el Gun Barrel, bourbon en el Million Dollar Cowboy Bar: combustible simple para lo que venía.

Amanecer.
Los remolques partieron hacia el norte. Carpas de lona junto a un río glacial, frío que dormía un dedo en un suspiro. Dos rifles sobre la mesa: un cerrojo con mira .300 Win Mag para el alcance, y un Winchester de palanca .45-70 para el alma y los metros cortos. Primer disparo a 300 yardas—gong. El acero sonó como campana en un valle sin iglesias.

A media tarde el sol aflojó. La nieve derretida convirtió las trochas en barro. La resina del pino se mezclaba con la artemisa, olor a medicina y advertencia.

Cabalgamos una hora, luego caminamos cuarenta y cinco minutos, botas resbalando en granito húmedo, los caballos bufando vapor. En el apostadero reinó el silencio. La luz se fue. Sin osos. Regreso al campamento en negra total, faros iluminando troncos, espagueti a medianoche, y el río borrando el ruido del mundo.

Tercera tarde. El bosque contuvo el aliento. Solo en el árbol—Winchester amartillado, mejilla soldada a la madera, ojos cosiendo el matorral. Crujió una rama. Otra. El corazón subido a la garganta, el pulso martillando los antebrazos. El oso apareció a diez metros—hombros enormes, pelaje color ceniza y miel vieja. No era negro. Grizzly. Prohibido disparar.

Entre dos latidos solté el gatillo, bajé el martillo y dejé pasar el instante. El grizzly giró y se perdió entre los troncos. El silencio pesó más que el rifle sobre mis rodillas.

Respiré. Olí corteza húmeda, piedra fría y esa artemisa amarga de nuevo. Las manos temblaron, luego se aquietaron. Bajé, descargué la palanca y caminé la hora de bajada hasta el punto de encuentro. El guía lanzó una palabra—«¿Por qué?». Yo respondí otra—«Grizzly». Nada más hacía falta.


Liderazgo grabado en la madera

  1. El plan termina donde empieza la realidad.
    Se trazan rutas, se ensayan disparos. Luego aparece algo que no estaba en el mapa. Aferrarse al plan cuando ya caducó conduce al desastre.

  2. Decidir rápido, actuar limpio.
    Diez metros, un aliento, un parpadeo para elegir. La decisión fulminante no es imprudencia: es la claridad tallada a punta de práctica.

  3. Hablar solo lo que mueve la misión.
    Un intercambio de una palabra bastó. En presión, el verbo de sobra nubla el juicio. Comunica observación, decisión, intención. Preciso.

  4. Abraza la incertidumbre; construye opciones.
    El Winchester al hombro y el .300 en el campamento no eran adorno. Opcionalidad—segundos rifles, presupuestos de contingencia, equipos cruzados—permite pivotar cuando el blanco cambia.

  5. Descansa como peleas.
    El rugido del río me dio un sueño más profundo que cualquier silencio urbano. Quien corre caliente debe enfriarse a fondo: rituales que reinician el sistema nervioso para que el disparo de mañana, literal o estratégico, llegue a destino.


Me fui de las montañas con la etiqueta sin perforar y la bitácora más llena. Algunos trofeos cuelgan en la pared; otros se clavan bajo el esternón y guían la mano la próxima vez que flote sobre un gatillo… o sobre un contrato.

Puedes trazar cada paso, contratar al mejor guía, y aun así encontrar un grizzly donde esperabas un oso negro. El oficio es verlo, aceptarlo y moverse—rápido, decisivo, sin titubear—para que el equipo detrás llegue a casa.

 

 

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